Las formas de vivir la fe son diversas. En el siglo XIII, Santo Tomás de Aquino se preguntaba:
«Entre un teólogo que conoce mucho y una Señora que va y toca una imagen
¿Quién tiene más fe?» Y respondía: “Sin duda la Señora,
porque ella en su simplicidad toca a Dios.”
La Iglesia ha valorado siempre la religiosidad popular, los
misioneros la usaron para evangelizar, promovieron su
realización y construyeron Iglesias para venerarlas que con
el paso de los Siglos se convirtieron en Santuarios. La
Imagen religiosa de los Santos o de la Virgen María no es
Idolatría, lo sagrado es lo que representa-que no está aquí-
no su materia.
Lo pude comprobar hace pocos días confesando en la fiesta
de San Expedito, a quién la gente acude para pedirle a Dios
por su intercesión en las causas urgentes. Antes de llegar al
confesionario pude ver las cuadras de cola, simplemente
para rezar y tocar al Santo y así obtener el favor de Dios.
Uno puede tocar, pero en realidad es Dios el que te toca el
alma y el corazón y es entonces cuando la gente hace cola,
ya no para tocar al Santo si no para confesarse de sus
pecados y recibir el perdón de Dios.
Hace crecer la propia fe la experiencia del encuentro con
Dios en los Santuarios, la gente siente una vivencia similar
a la de la mujer samaritana que se encontró con Jesús en el
pozo. Jesús le pide a ella de beber, y cuando van entrando
en confianza la exhorta a que sea ella la que pida! Ya no
agua común sino el agua viva que va a saciar
definitivamente su sed. Nosotros nos acercamos a Dios
para pedir y está bien que así sea, pero en ese intercambio
es Dios el que se ofrece a sí mismo, ya no para
simplemente atender nuestro pedido, sino para darse El.
Quien mira desde fuera podrá juzgar que es superstición,
que se hace por necesidad, que surge de la angustia
existencial que tienen las personas y que las lleva a
recurrir a cosas mágicas. Lo que ignoran los que son
espectadores de este fenómeno es el intercambio que se
produce entre Dios y los creyentes. No siempre las
necesidades son satisfechas, pero las personas
experimentan el haber sido atendidas y escuchadas por
Dios. ¿Por qué no puedo hacerlo simplemente en casa?
Claro que se puede, Jesús exhorta a que cerremos la puerta
de nuestro cuarto y recemos en secreto, pero sabe que la
oración más fuerte es cuando dos o más se reúnan en su
nombre y recen al Padre Nuestro. Es un acto de fe
comunitaria.
Quienes pasen por un Santuario sentirán una misteriosa
corriente de fe, es la fe del pueblo peregrino en la historia,
el que lleva su carga y la comparte. Un Santuario es un
lugar sagrado, meca de peregrinaje, casa de todos, el
silencio de sus paredes cobija el secreto susurro de miles
de oraciones, balbuceadas o dichas en voz alta, entre el
calor de las manos unidas y de los ojos nublados por las
lágrimas.
Como nuestras casas familiares, los Santuarios albergan
nuestros sueños, deseos, realidades y anhelos más
profundos. En la peregrinación a Luján o en la visita a los
diferentes santuarios he sentido que no es solo mi fe, que
ella también se alimenta con la fe de los otros y así se hace
más fuerte. Que la oración sigue siendo la fuerza del
hombre y la debilidad de Dios.
Pbro. Guillermo Marcó
(Publicado en la versión impresa del Suplemento Valores Religiosos de Clarín de Mayo)